sábado, 23 de junio de 2007

LOS TIEMPOS DEL FANTASMA (SEGUNDA PARTE) Autor: LAMORGIA OSCAR

2. PARADOJAS DEL TIEMPO FREUDIANO

Otra de las cuestiones a poner a punto es el tratamiento que Freud le asigna al tema del tiempo. En general se suele decir que lo inconsciente es atemporal. Su mentada “atemporalidad” se pone de manifiesto en el contraste con el acontecer cronológico que regula la vida de los hombres en términos de lo que en el nudo borromeo se ha dado en llamar: Jouisens (gosentido), pero pensando en una formación prínceps del inconsciente, como es el sueño, donde el material onírico puede nuclear en una mesa de juego de cartas al actor Al Pacino, al rey Luis XIV y al padre del soñante, estaríamos en presencia de una vulneración no solamente en el orden de la cronología sino también en el de la espacialidad. El relato del sueño habilita a que ciertas cosas sean pensables, inclusive la condensación que se opera en el sueño, permite -en su desabroquelamiento asociativo- ilustrar matices temporales, mismos que requerirían para su captación intuitiva, de la apoyatura en ciertos ejercicios topológicos que no sólo exceden las veleidades potenciales de este escrito, sino también la capacidad de abstracción de este escriba. Con Lacan, sabemos que cuando uno se detiene, siguiendo con el ejemplo de los sueños, en la conceptualización que Freud hace sobre el tema del rébus, el tema de la cronología queda absolutamente desligado, porque en el rébus se trata de una escritura en imágenes. En el psicoanálisis anglosajón (aunque con algunas diferencias en sus diferentes versiones) se infiere que las imágenes son más arcaicas que el lenguaje, entonces lo que hace éste último a través del relato, no sería más que una transcripción de las imágenes al discurso. Esta no es la postura de Lacan. Entonces en el rébus uno se encuentra con que a veces faltan sílabas, y esas sílabas ausentes tienen que ver con la disposición imagénica, la disposición de la lógica del proceso onírico tramitada por vía discursiva. Vayamos a un ejemplo[1]: TA Leyéndolo en secuencia, tendríamos: “¡TRASTABILLARÁS!”. Tras no aparece más que en la disposición de elementos en juego. Sería como decir: Detrás de la sílaba ta, hay un billar y un as. En la combinatoria de imágenes que componen este rébus hay un puente, secuencia que nos habla de la temporalidad en juego, de la misma manera que cuando uno efectúa la lectura de una pintura rupestre y se encuentra con que el primer dibujito es un jabalí corriendo, el segundo dibujito es un arquero tensando el arco y el tercer dibujito es un jabalí tirado en el piso con la flecha clavada. Ahí inferimos en estado práctico que se trata de imágenes, pero hay una secuencia temporal, con lo cual estamos más cerca de pensarlo al modo del pictograma. El pictograma nos acerca, obviamente a la escritura. Entonces cuando desde una supuesta apoyatura en el freudismo se plantea a lo Inconsciente como atemporal, tampoco se le hace justicia a la producción freudiana. En el capítulo del seminario 11 de Lacan, que se titula El Inconsciente freudiano y el nuestro, donde el maestro francés plantea justamente que hay diferencias entre uno y otro, una de ellas es que lo inconsciente, dice Lacan, ni es ni no es, es no realizado, es un siendo, es a producir-se en sesión, o a veces en el intervalo entre sesiones cuando por ejemplo, el tiempo para comprender irrumpe luego del momento de concluir. Esto nos lleva a confrontar tal razonamiento con la esterilidad de lo que es una suerte de proceder anamnésico. No faltan quienes pueden efectuar una anamnesis de distintas maneras. En las versiones más grotescas nada parece impedirles basarse en un protocolo pret-a-porter, o –en las versiones más soft- en las primeras entrevistas llevan a cabo la efectuación de un acopio de datos filiatorios e históricos, como si ello fuera estrictamente útil y necesario. De hecho, si uno piensa en lo inconsciente como lo no-realizado, es algo que se va a producir ahí. Por eso, una vez más, no es ir en busca de un reconocimiento ratificante de saberes previos. Si se va a producir in situ ¿cuál es el sentido de preguntar si los padres viven o no? ¿Qué enfermedades tuvo de chico? Proceder que nos lleva a pensar en un camino previamente transitado, demarcado y, por lo tanto, pasible de ser recorrido en la inexorabilidad que marca una cierta ortodoxia en la que el calendario se convierte en una brújula cuyo uso no parece ser otro que la des-orientación clínica. Allí se trata de no otra cosa que de una concepción bastante ingenua del tiempo y de los efectos de éste sobre la subjetividad. Me acuerdo de una frase de Lacan (tan conocida como citada), que aparece en un texto muy antiguo –ése donde se puntúa el inicio de su enseñanza formal- que es “Función y campo de la palabra...”, donde Lacan dice: “Mejor pues que renuncie quien no pueda unir a su horizonte la subjetividad de su época”. Esto es de principios de los años 50 y, tal como aspiro a demostrar, comporta una pertinencia muy grande a los fines de revisar algunas coordenadas del psicoanálisis contemporáneo. Porque si Freud, hijo de su época, estaba tomado por la física de Newton, bajo la forma prioritaria de la segunda ley de la termodinámica, nosotros en cambio estamos éticamente obligados a revisar el paradigma en el cual nos toca vivir. Es decir que hay cosas que ya no podemos seguir pensándolas en la misma forma que se hacía en el siglo XIX. Newton planteaba que todo movimiento generaba una pérdida de calor o de energía, de modo tal que el Universo iba camino a un enfriamiento creciente. En Las Leyes del Caos, Prigogine plantea algo bien distinto. Cuando ocurre un estallido (léase, una eclosión en cualquiera de sus formas: explosión; implosión; enfermedad; cambio de paradigma, etc.) se relanza el brío energético y se abre una legalidad nueva. No dice que el Universo va camino a un enfriamiento sino que el caos genera una lógica distinta y esto no hace falta pensarlo a un nivel demasiado abstracto. Veamos, por ejemplo, qué ocurre en la vida de alguien cuando aparece una enfermedad muy grave, o cuando pierde el trabajo de una manera imprevista. En algunos eso significará el acabose, en otros casos se verá cómo pueden aparecer recursos que de otra manera no se hubiesen manifestado anteriormente. Entonces la legalidad que se arma posteriormente en torno del caos es algo que uno no lo puede prever, porque en modo alguno esto apunta a que es pérdida pura como lo pensaba el determinista universo de Newton. La eficacia clínica del psicoanálisis tiene mucho que ver con que los analistas logremos desembarazarnos de lo que tenemos mal aprendido en virtud de la mecanización de un proceder standarizado de, por y para obsesivos. Al respecto, el predicamento de la obra de Lacan y su propio “peso específico” no siempre han conseguido evitar la fuerza de tracción que genera la cuestión del encuadre y por eso, es que a muchos analistas, nos ha costado soportar, como decía Lacan “el horror del acto (analítico)”. Si un analista corta la sesión, digamos a los diez minutos de haberse iniciado esta, probablemente considere (y esto es cosa de todos los días en los ateneos y demás presentaciones clínicas) que se siente ineluctablemente compelido a justificar argumentalmente el por qué de dicho corte.Pensemos, en cambio, en una situación donde él extiende la sesión, al abrigo de que el paciente está angustiado y donde recién la dará por terminada cuando transcurrió una hora y media desde su comienzo. Es bastante improbable que en ese caso se sienta incómodo con su propio accionar. Es como si la ortodoxia canonizante habilitara herejías por exceso y no por defecto. A ejemplos como este se refería Lacan al decir que el analista debe soportar el horror de su acto. Si, efectivamente nosotros atendemos a que lo inconsciente está regido por coordenadas temporales que no son las del reloj, no debería de haber demasiados pruritos en cortar la sesión cuando justamente uno sea convocado a sancionar el peso de un dicho que, obrando de otro modo, podría correr el riesgo de ser “domesticado” por los minutos que siguen. No faltará quien diga que a la hora de cobrar (p.e. al mes vencido) el analista se guía por el calendario. Si bien esto suele ser así, habemos quienes solemos cobrar sesión por sesión. Entiendo que esto debe ser así, salvo que existan razones que justifiquen un accionar diferente, dado que permite subrayar la dimensión única que posee –en su singularidad- cada sesión. Cuando se ritualiza en virtud de cierta malentendida justicia distributiva aparecerá en forma tácita la ecuación: “tantas ratas, tantos florines o (en el caso que nos ocupa) tantos minutos, tantos pesos”. Es como si alcanzase un cierto estatuto de estafa el hecho de despedir al analizante antes del tiempo que cree que se (impersonal que vale tanto para el analizante, como para la opinión pública y hasta para el propio analista) espera seguir estando en el consultorio. En ocasiones una intervención que produce un singular impacto en el analizante, habiendo sido subrayada por el analista “pasándole resaltador amarillo” con el corte de la sesión, hace que el paciente salga con ese enunciado tintineándole en el oído y suele ser, por tanto, más productivo el intervalo entre una sesión y otra cuando viene justamente precedido por una maniobra así, que si uno sostiene el tiempo legitimado socialmente. No olvidemos que el gosentido puede ser más o menos ilustrado, más o menos ingenuo, o más o menos canallesco. La verdadera estafa consistirá en que el tic tac del reloj obture la escucha. Sin necesidad de adscribir al kleinismo ni al psicoanálisis anglosajón en ninguna de sus variantes, existe un impacto social tan fuerte respecto del setting que, puesto en situación, hasta el “más pintado” busca refugio en-cuadro. Hace más de veinte años, cuando aparecía mi primer paciente yo había hecho un primer análisis personal, investigaciones, grupos de estudio, seminarios; etc. Aún estando advertido de unas cuantas de las cuestiones que aquí despliego, en ese momento me compré el libro de Ralph Greenson, quien fue el analista de Marilyn Monroe, un analista de la versión Chicago (Ego-psycology). Se trata de un libro que se titula “Técnica y Práctica del Psicoanálisis”, literalmente en el índice dice: Cuándo preguntar, cuándo interpretar, cómo interpretar, qué interpretar. Obviamente según se puede ir anticipando, no me sirvió para nada, o en todo caso si me sirvió para algo fue para obturar la oreja en la espera de que apareciese algún elemento reconocible y –por lo tanto- pasible de ser sancionado desde ese saber previo. Otra de las cuestiones inherentes al tiempo en Freud –y que la enseñanza de Lacan permite inteligir- pasa por un cociente que se produce entre Das Ding (La Cosa) y el Otro del significante. En dicha operación el resultado es el objeto a y sus especies. Las cinco que Lacan establece en su seminario número 10, a saber: “La Angustia”. Estrictamente nos referimos al pecho; las heces; el falo; la mirada y la voz. De la pérdida de ese magma gozoso absoluto supuesto en el orígen, lo que nos queda como posibilidades de goce parcial, son esos cinco objetos pulsionales que Lacan (d)escribe. Ahora, esas formas de satisfacción parcial nos someten a una pulsación temporal que encorseta al aparato y que se denomina Perentoriedad. Elemento pulsional no cronológico al que el sujeto queda supeditado. Sin que esto suponga homologar el objeto de la pulsión con los objetos tóxicos, alguien que –a modo de ejemplo- ritualiza un consumo adictivo, lo que se llama habitualmente consumidor social, sí puede haciendo ingresar ese goce en un cierto ordenamiento, pautarlo más prolijamente, pero no es éste el concepto de la pulsación temporal. La misma no sólo es singular en cada persona sino que es singular en distintos momentos de la vida de uno, de hecho en la vida sexual misma puede verse que hay etapas donde hay más deseo, y hay otros momentos donde el deseo parece entibiarse o bien estar decididamente apagado.

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