sábado, 23 de junio de 2007

SOBRE LOS PRINCIPIOS DE NUESTRA PRACTICA Autor: BLANCO DIAZ PALOMA

El psicoanálisis es un síntoma de la civilización contemporánea y la voluntad del discurso capitalista es producir su cura.El descubrimiento freudiano es el hallazgo del saber inconsciente como marca y rastro del recorrido pulsional. Freud es absolutamente pesimista en cuanto a pensar una barrera exitosa y sana frente al goce; sin ella no habría lazo social y con ella el resultado es la neurosis en el mejor de los casos. La cultura empobrece al sujeto y daña, por tanto, el proceso cultural mismo. Esta circularidad se produce tanto a nivel de la clínica del sujeto cuanto a la hora de pensarlo inscrito en una lógica colectiva. En el nivel de lo social y también en el de lo singular el goce realiza un recorrido circular y las barreras que se le interponen lo retroalimentan. Es más, en el pensamiento freudiano no hay oposición a la hora de pensar lo cultural y lo clínico. El surgimiento del sujeto está anudado al Otro socio-cultural de cada época, lo que aleja al psicoanálisis mismo de cualquier extraterritorialidad. La constitución de la propia subjetividad está directamente vinculada y determinada por la constitución y la estructura del lazo social; lazo éste en el que el sujeto se siente siempre fuera de lugar, discordante, inadaptado. Cultura, civilización y vínculo conllevan para el sujeto una renuncia al goce que trae aparejada indefectiblemente un plus de sufrimiento. Es la descripción en el ámbito de lo colectivo de lo que se vuelve a encontrar a nivel del super-yo.El movimiento circular del goce descrito por Freud anticipa la circularidad del discurso capitalista. El discurso del amo ha elucidado a lo largo de la historia distintos artificios y mecanismos para velar y hacer pantalla al imposible, a la “marca del exilio de la relación sexual”. Este lugar vacío deja un excedente de goce pulsional que la civilización trata de gestionar con distintos dispositivos. Se ha precisado su tiempo para poder alumbrar un discurso que logre colonizar y apropiarse de este vacío con una legión de objetos-restos para el reciclaje de la insatisfacción que se postulan para obturar la causa del deseo, borrar la marca y abolir, por tanto, al sujeto. La civilización contemporánea es más un empuje al goce que una barrera. En el discurso capitalista el excedente de goce pulsional es reabsorbido y reciclado, la castración rechazada y la globalización asegurada. No hay salida porque no hay exterior, no puede haber liberación puesto que no hay prohibición. ¿Qué oponerle a un discurso sin envés? ¿Qué principios harán operativa una práctica que le permita al ser hablante la reconquista de su dignidad?En cada época histórica el amo produce nuevos mal-estares en la cultura, que ahora toman el sesgo de este proceso de aculturación que implica el objeto técnico. Si el psicoanálisis quiere existir en el mundo actual, seguir dando cuenta de la condición humana e impedir que la civilización se cure de él y de ésta, debe dilucidar las distintas modalidades en las que el goce se cifra para el sujeto contemporáneo y dejarse orientar por ellas.La oportuna reflexión actual suscitada en la AMP sobre los principios que orientan nuestra práctica como psicoanalistas debe convertirse en la brújula que guíe nuestra interpretación y acción respecto a la legislación y proyectos reguladores de las prácticas “psi” en Europa. El hilo conductor de este supuesto debate político no es, como aparenta, ni clínico, ni epistémico; se trata más bien de la percepción por parte del amo moderno de las enormes posibilidades de futuros mercados que ofrecen los efectos del malestar que el propio discurso del capitalismo tardío introduce en el sujeto contemporáneo. Lo más propio, íntimo y genuino del ser hablante; las diversas modalidades de satisfacción-sufrimiento que le son propias, pueden, a su vez, ser reincorporadas al sistema para retroalimentarlo, como el gran mercado “psi”del futuro. Entonces, un paso más. No solo la división subjetiva es rentable en términos de mercado porque permite atiborrar la insatisfacción con los objetos que la técnica produce sino que el malestar creciente que queda como resto de esta operación también es reciclado como una posibilidad de mercado más. La división subjetiva es mercancía, bien de uso, y el sujeto es relevado por el usuario o consumidor, ahora de psicoterapias, psicofármacos o manuales de autoayuda: La “religión verdadera.”Antígona ya no quiere enterrar a su hermano y su destino contemporáneo es el de protagonista mediática. ¿Recuperará el psicoanálisis para ella algo más importante que la aspiración al propio bien y la promesa de felicidad?¿Es posible otro goce para el sujeto que no sea ni el del síntoma ni el del super-yo, más o menos globalizados y usufructuados ambos por el mercado? La temible ley freudiana que Lacan elucida con todas sus consecuencias: “De nuestra posición de sujetos somos siempre responsables”, y el corolario que Miller enuncia: “Descifra tu inconsciente”, invitan al sujeto a consentir en hacerse cargo de algo cuyos fundamentos desconoce. Invocan también una ética estoica de las consecuencias que como Lacan anuncia en “La Tercera” es la que querría para su Escuela. Que “el psicoanalista dependa de lo real y no al contrario” implica que lo imposible es la causa de nuestra acción y que debemos jugar la partida con el contrario como si el futuro del psicoanálisis estuviera en nuestras manos. Hacemos del síntoma nuestra política y de lo real nuestra orientación y no por vocación de librarnos de ambos a la par: ello sería el “éxito del psicoanálisis y el regreso de la religión verdadera”. Justo al contrario, no se trata de comulgar con la nueva religión de lo siempre-posible y sus dispositivos anestésicos al servicio del poder, porque entonces “si el psicoanálisis tiene éxito se extinguirá hasta no ser más que un síntoma olvidado”. Para que lo real siga insistiendo “el psicoanálisis tiene que fracasar”, tiene que hacer que sean fallidos los objetivos y fines utilitarios que demanda el amo contemporáneo para adormecer y neutralizar al sujeto. Ni homogeneizar, ni rehabilitar ni integrarse según los protocolos y las lógicas del mercado. Se trata de buscar y localizar la fisura, la brecha, la hiancia en el Uno de la masa proletaria y tomar partido por la división del sujeto para que retome en su palabra, el modo singular de gozar del inconsciente y ahí pueda elucidar el carácter de suplencia de su síntoma.En la época del Otro que no existe el psicoanálisis es un refugio privilegiado, un lugar valioso como nunca para alojar al sujeto; pero es igualmente importante que sepamos reconocer otros ámbitos que todavía permiten al sujeto producir y albergar la singularidad de su síntoma. Tal vez hoy no podamos esperar interlocutores en el discurso político, el diálogo con la intelectualidad sea escaso y el arte se haya convertido en un valor de mercado más, pero todavía hay reductos en los que la verdad del sujeto es convocada, interpelada e interpretada. Sírvanos como ejemplo, podríamos citar otros, algunas muestras cinematográficas no casualmente relacionadas con Estados Unidos; películas que se proyectan en la pantalla del fantasma contemporáneo y que revelan algo de la verdad del sujeto. “Mystic River”: el mal trenzado en cada decisión. “21 gramos”: en el vacío trágico, ineludible y fundador de toda subjetividad, la levísima medida de la invención de sí mismo, la frágil contingencia de un goce posible por fuera de la repetición mortífera. “Dogville”: la extranjería, la radical orfandad que quiere ser acogida y es transformada y reducida al más abyecto capital humano. El sujeto, reducido a la esclavitud del proletario, disuelta ya toda la dialéctica del amo antiguo, sin el refugio ni el suplemento del amor y el vínculo, puro objeto de uso, será el umbral de destrucción, íntimo y extranjero, del sistema mismo, insinuándose un goce no-todo, infinito, sin exterior, límite ni envés. El más allá del capitalismo contemporáneo. Y el perro sigue ladrando, aún. La acción lacaniana puede ser aplicada en cualquier escenario donde se juegue la dignidad del sujeto a condición de que esta acción esté orientada por el deseo del analista que lo define en su acto: “no me imiten pero sigan mi ejemplo.” Es imprescindible para ello una política de Escuela que tenga como orientación permanente la definición siempre inconclusa de qué es un psicoanalista.

FUENTE: Nueva Escuela Lacaniana (NEL)

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